13 jun 2013

ASÍ EN LA TIERRA

ASÍ EN LA TIERRA

Voy a La Casa del Libro, en Rambla de Barcelona, entre una oficina de La Caixa y una oficina de Catalunya Caixa…no quiero ser cenizo, pero… En fin. Hoy presentan ‘Así en la tierra’, libro del periodista Marçal Sarrats sobre la impagable tarea que se realiza desde la parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrevías, República de Vallecas, cerca de la Corte.
Me he enterado del acto por David Fernández, vía Facebook. David está ahí al fondo, discreto, al lado de una estatua perchero. La mayoría de asistentes, mediana edad hacia arriba, parecen hacer cola para comulgar, más estética catequesis que de CUP. Es más fácil que un cristiano pase por el marxismo que el que un marxista entre en un centro parroquial. Alfonso Carlos Comín hubiese venido. El padre Manel ha venido. Y otros curas de barrio que no conozco. Nunca he sido de misa, fui por mi comunión y muchos años después al entierro de mosén Rosell, el cura de mi pueblo. La noche del 23F le llevaron los archivos de CC.OO. y PSUC para que los escondiera. Lo hizo.
Para él eran textos sagrados, hablaban de los perseguidos. Está bien hacer cola para comulgar si no es para comulgar con la ortodoxia.
Entrevías ha sufrido la brutalidad del franquismo, la masacre de la droga y sus estertores en forma de SIDA, el impacto de la inmigración venida de otros países y esa monumental estafa criminal llamada eufemísticamente crisis. Así, una cosa detrás de otra, pim, pam, pum. Al frente de la parroquia, aunque a él no le gusta ponerse al frente de nada, si no al lado de todos, el padre Enrique de Castro. Él sirve de hilo conductor en la narración.
Cuando pisas Entrevías, como tantas otras calles de la ‘twilight zone’ de las ciudades; te cambia. Si corre sangre por tus venas, claro. Le pasó a de Castro y le pasó a Sarrats. Les cambió la mirada. Y Sarrats cuenta lo que ve, habla con la gente, vive con ellos. Y va y se implica, porque como buen periodista aplica lo que apunta el maestro Josep Martí Gómez, “ser neutral resultaría indecente”. Sarrats toma la distancia óptima del abrazo y lo explica. No miente.
La escalera de Jacob sale de Entrevías. Por ahí se fueron los muchachos y muchachas de la droga y la delincuencia de poca monta. Las guerras que se orquestan desde los cenáculos del poder siempre se cobran víctimas civiles. Aquí y en Siria. Por eso el Arzobispado de Madrid quería cerrar la parroquia, por lo visto la liturgia eclesiástica no estaba homologada. Estaba más cerca de los hombres que del Dios de los beatos. Las madres se negaron, desde esa parroquia piensan tomar algún día la escalera para irse con sus hijos. Carmen Díaz, una madre de barrio, lo tenía claro, “aquí hemos aprendido a llorar, a bailar, a perdonar. Aquí Rouco no pinta nada y no nos vamos”. Carmen es todas las madres. Las que hace años hicieron escrache plantando ataúdes frente al domicilio de Ángel Yuste, director general de Instituciones Penitenciarias durante las dos presidencias de Aznar, y hoy nuevamente en el cargo.
Las misas en San Carlos Borromeo no están homologadas por la Curia. Mejor. Las homilías homologadas no las aguanta ni Dios, adormecen, como el opio. Ya lo dijeron Marx y Jesús, que no quería intermediarios entre Dios y el ser humano. Los intermediarios siempre encarecen el producto, lo reducen a beneficio. Enrique de Castro hace tiempo que descubrió que la fe anda secuestrada por las religiones, por las sacristías, por los curas, por los templos. Hay que rescatarla de ese zulo. La fe es un elemento humano, no religioso. La fe es creer en la vida, en el ser humano, es creer en el grupo, en la posibilidad del cambio, es creer en la utopía. El Vaticano no tiene fe, sólo tienen poder. La fe es de los desnudos.
La escalera de Jacob que sale de Entrevías va directa a la utopía. Allí luchan para hacerla presente en nuestras vidas. Tienen fe. La fe que se opone al miedo. No hay poder que pueda destruir eso, aunque te rompan los huesos. Es una resurrección cotidiana. En San Carlos Borromeo hay una mesa siempre dispuesta para celebrar la vida y en esa celebración, cabemos todos, para que lo que haya, lo haya en abundancia y se pueda repartir y así multiplicar. Yo no voy nunca a misa, pero me apunto a esa mesa. No creo en Dios, intento creer en el hombre, una religión exigente, pero llena de abrazos. O nos salvamos nosotros o nos desahucian del paraíso.
La Boca d’Or